La alarma suena. Son las 8:00 y toca irme de Luxor. Subo a desayunar y el cocinero me prepara un tortilla francesa mientras que cojo algunas cositas del buffet. Tras un buen desayuno y una ducha calentita, me recoge el uber para ir al aeropuerto. Tras muchos controles y una hora de vuelo, llego por fin a Cairo sobre las 15:00. Saliendo del aeropuerto me acordé de la primera noche que llegué a Cairo hace unos 10 días. Los primeros nervios, la tarjeta sim que me fallaba por lo que no pude pedir un uber y el jaleo y morro de los taxistas. Ahora pude salir tranquilamente y preparado del aeropuerto, decirle que no a los taxistas (de nuevo mintiendo diciendo que ahí no llegaba el uber) y montarme en el uber sin problemas.
Tras la llegada al hostal, tomé la decisión de tomarme la tarde libre. Tenía ropa sucia que tenía que lavar pero no tenían sitio para tender la ropa libremente, con que le pague 60 libras (2 euros) para que me lavaran y secaran la ropa. Me senté en la sala común, me puse mi música y me puse a escribir sobre mis aventuras que llevaba un retraso de algunos días. Hablé con algunas personas, pero no tenía yo muchas ganas de socializar. Tras terminar de escribir y actualizar un poco el instagram, me afeité la cabeza y me recorté la barba. Quería ir preparado al próximo destino.
Llegó la hora de cenar y me quedaba solo en la cartera 170 libras, lo que equivale a unos 5 euros. Salí con la propuesta de gastarme todo el dinero, ya que no necesitaba más efectivo en Egipto. Decidí volver al restaurante de la otra vez, donde probé por primera vez el koshari. Me pedí media ración de koshari con una ensalada y una lata de pepsi. Precio total: 51 libras (mas o menos 1,50 euros). Salí del restaurante lleno y me fui a dar una vuelta por la ciudad. Ahí me di cuenta que tengo una relación de amor y odio con Cairo. En algunos momentos odio el ruido sin parar de la ciudad: gente que te hablan queriéndote vender algo y los claxon de los coches que suenan continuamente. No hay momento de silencio. Pero en otros momentos ese ruido sin parar es de agrado. Me pasó esta noche. Paseando por la calle, que estaba llena de gente y coches, me sentí como en el videoclip de The Verve – Bitter Sweet Symphony. Esquivando gente, andando por la carretera y esquivando también coches, sonriendo cuando otra vez se me acerca un vendedor y tras una breve respuesta deseándole una buena noche. Me sentí ahí presente en el momento. No tenía otra cosa en mente que simplemente andar con paso firme y viendo el espectáculo que tenía al mi alrededor. En ese momento, me di cuenta que en algunos momentos, también podía amar esta ciudad que parece que nunca duerme.
Paseando vi de nuevo una niña en la acera vendiendo unos pañuelitos mientras que estaba haciendo sus deberes en su libreta. Estaba sola, sin adulto que le acompañara. La niña podría tener unos 8 años, pero juraría que era la misma niña que vi una semana antes por esta acera vendiendo y haciendo de nuevo los deberes. Pensé en darle dinero, pero me imaginaba que los padres se lo quitaría directamente. Fui a un kiosco y compré una barra de chocolatinas y se las di cuando pasé de nuevo por su lado. Levantó la cabeza, me miró primero a mi y después vio la chocolatina y me sonrió. No fue el primer niño ni será el único niño que vea en esas circunstancias, pero esta niña se me quedo grabado en mi mente la primera vez que la vi. Me imagino que sus padres le han esforzado ponerse (también) en la calle a vender algo para poder llevar la familia para adelante, pero aunque tenga que estar ahí, la niña aprovecha el momento para pensar en su futuro haciendo sus deberes.
Tras haber bajado un poco la comida, fui a buscar un sitio para un helado. Pero todas las heladerías estaban lleno de gente y con cola de espera. Decidí buscar otra cosa y pasé por una cafetería donde vi de nuevo unos dulces que había visto antes. Me senté y los pedí. El dulce se llama zalabia y es típico de comer tras el Ramadán. Son como unos mini donuts en forma de bola y los pedí cubierto de chocolate blanco y negro. Era más una ración para compartir que para mi solo. Comí lo que pude y me marché de nuevo al hostal. Mañana espera un día de viaje a Asia. ¡Dejo atrás el continente africano!