Día 4
Mi peor día. Fue el día en el cual pensé en abandonar. No sentía ningún crecimiento o beneficio a esta experiencia, solo sufrimiento mental y físico. Estaba muy cansado de no dormir bien. La “cama” hacía que durante la noche tuviera que cambiar muchas veces de posición y no conseguía dormir continuamente durante la noche. También me notaba frustrado por no avanzar más con la meditación y no sentir esa revelación mágica que pensaba que me iba a llegar. No fue así y por eso pensé en que estaba haciendo ahí. Necesitaba cambiar algo y decidí ponerme a leer los libres sobre el budismo y anapanasati (el retiro se trata de esta técnica budista, basada en la fijación de la atención sobre la respiración). Durante las charlas no era siempre fácil estar concentrado por el cansancio. Pensé que leyendo podía entender más la práctica y con esa sabiduría aplicarlo en mis meditaciones para poder avanzar.
Con el anapanasati aprendí que la respiración es la manera de calmar o agitar el cuerpo y posteriormente la mente. Respira profundo varias veces y notas que el cuerpo se va calmando y los pensamientos de la mente se vuelven también más calmado. Respira más rápido y corto y pasa lo contrario: el cuerpo se pone agitado igual que la mente. Esta teoría había que aplicarla en la meditación para poder sentir esos cambios en cuerpo y mente tras modificar la respiración.
Durante la última meditación de la noche, empezó a llover como pocas veces había visto en mi vida. Sin paraguas, cogimos todos los plásticos que usábamos cada uno para sentarnos en la arena de la sala de meditación. Con eso nos cubrimos dentro de lo posible para ir a los dormitorios. El pantalón por supuesto lleno de fango.
Día 5
Me considero una persona un poco distante y fría. Pero hoy notaba que me faltaba algo. Necesitaba contacto humano. Una simple mirada, una sonrisa, hasta un abrazo. No soy mucho de abrazos, pero deseaba recibir en ese momento un abrazo. No una abrazo de saludo, no, un abrazo verdadero con sentimiento. Me sorprendió de mi mismo sentirme así ya que pensé que no me pasaría. Durante el día hasta intenté de buscar algo de contacto con otras personas. Una simple mirada o sonrisa me bastaba. Pero era complicado. Ya nos dijeron en la introducción que nos podíamos mirar si queríamos, pero que mucha gente simplemente miraban para abajo para no entrar en esa tentación y para estar centrados.
El desayuno y el almuerzo eran para verlos. Una sala con 80 personas comiendo y solo se escuchaba el sonido de las cucharas rebañado los platos. Todo el mundo en silencio y tras unos días la gente ya se sentaban para mirar hacía afuera para tampoco entrar en la tentación de mirarse uno al otro. Las comidas todo vegetarianas: simples pero abundantes. Me faltaba un poco de variación ya que era mucho de lo mismo todos los días. Este día si comí lo mejor, parecían unas empanadas fritas de verduras y me recordaban a los filetes de pollo que me preparaba mi madre de chico. Comiéndome esas empanadas era como llevarme a mi infancia en el piso en Holanda comiendo los filetes con patatas fritas.

Antes de comer teníamos que estar todos sentados y preparados para repetir un texto en voz alta. El texto era un simplemente agradecimiento de obtener esta comida para mantener este cuerpo y que la comida no fuera usado para el placer, juego o embellecimiento.
Cada persona era responsable de lavar sus platos, cuchara y vaso. Tenían un sistema de varios fregadores para quitar resto de comidas, enjabonar y enjuagar. Así se gastaba el menor agua posible. Como todo en el monasterio, todo en orden y con tranquilidad.
Durante la tarde tuve mi mejor momento o avance con la meditación. Tras mis últimos años de practicar yoga sé que siempre es muy difícil de describir lo que ha vivido uno durante una meditación. Es algo personal y complicado de entender para otra persona. Lo que sentí fue lo siguiente: tenía los pies ya dormidos al tenerlos cruzados y tras media hora en esa posición, me di cuenta que no sabía como tenía mis manos ya posicionado. El exterior era casi no existente y mi interior, mi mente, completamente vacío. Parecía que podía moverme libremente por dentro de mi mente que estaba completamente a oscuras y sentí ahí una tranquilidad y paz. Al empezar sentir eso y identificar la emoción, mi cerebro ya parece que empezó a activarse y con eso salí de ese estado. El tercer día tuve un momento igual, pero no igual de potente que este.
Día 6
Algo que me estaba sorprendiendo mucho era que cada mañana me despertaba un poco antes de las 04:00 y estaba esperando a que sonará para levantarme. Era como que mi cuerpo se había acostumbrado al ritmo de la vida en el monasterio. Sonaron las campanas y me levanté. Lo primero que nada, encender la luz y controlar la habitación para ver que no habían bichos. Me encontré una araña del tamaño de mi mano y como dicta una de las 8 leyes del budismo (no se permite quitarle la vida a otro ser), le tuve que abrir la puerta para que saliera. Esa ley esta muy bien, pero hice una excepción para los mosquitos. Esos los empecé a odiar y los mataba cada ocasión que tenía.
La charla de la mañana me dio un poco de tranquilidad, ya que hablaron sobre que era normal si no se sentía un avance espectacular con la meditación. No se puede esperar magia en solo unos días. Es como con todo en la vida, se requiere tiempo y esfuerzo para obtener resultados. Lo importante era estar sin expectativa y sin frustración.

Durante el día si notaba que cada vez tenía más ganas de hablar, de interactuar con otra persona. No sabía si era simplemente por tener contacto o porque tenía miedo de estar más tiempo solo conmigo y mi mente. Me hizo pensar y estaba echando cosas de menos. Tenía antojo de comida rica. También me di cuenta que hoy era día 6, día de Reyes. La única forma para saber en que día estaba era por apuntar en mi libreta el día que era. O si no, no hubiera sabido en que día estaba. Me dio pena de perderme el día de Reyes, ya que me perdía estar con mi sobrina y ver su cara de felicidad abriendo sus regalos.
Día 7
Saliendo por la mañana del dormitorio, me habló con voz un compañero con el cual había tenido algunas risas y saludos con las manos. El chaval se marchaba y se quería despedir de mi. Al escuchar su voz, automáticamente le contesté. Tenía ganas de hablar y cogí la oportunidad. Más tarde en el comedor nos dimos un abrazo y nos despedimos hablando un poco más.
Pero la mañana en si fue lo más emocional hasta el momento. No sé porque, pero durante la primera meditación a las 04:30, tenía las emociones a flor de piel. Mis pensamientos volvieron al pasado. Y fue un momento en concreto de mi infancia que nunca supe entender o explicar. A simple vista algo pequeño o hasta con poca importancia. Un mes tras la muerte de mi padre falleció en la mañana de un domingo también mi abuela. Recibimos ese día la llamada de teléfono y mi primera reacción con pánico fue: “¡Mama, llama a alguien para que venga!” Una frase simple, pero en ese momento sentado en esa sala de meditación parece que algunas piezas del puzle de mi vida cayeron en su sitio. Ahí entendí que nunca había tramitado correctamente esos duelos en mi vida. Por supuesto, ya lo sabía de sobra, pero nunca lo vi realmente. Entendí ahí que esa frase la dije para tener gente de “afuera” en casa para no tener que pasar (otra vez) por tristeza y malos momentos. Podía simplemente levantarme del sofá y ayudar a poner un café para escapar de la realidad. Y ahí entendí que durante muchos años después, había metido al fondo de mi mente todos estos sentimientos para no tener que volver a sentirlos. Ahí sentado se me cayeron algunas lagrimas por la cara. Con la oscuridad de la mañana no se me veía. Tras el desayuno, me fui al baño y ahí me harté de llorar. Eso sí, lloré en silencio. Tras muchos años ya era un experto de llorar en silencio desafortunadamente. Pero la verdad no fue un llanto de tristeza. Era un llanto de alivio y de felicidad. Sentí que había dado un paso más en entenderme y conocerme de verdad y por eso estaba orgulloso. Mi vida no había sido como me había imaginado de joven. Mis tres grandes dolores o arrepentimientos en la vida; el fallecimiento de mi padre, mis estudios y mi relación con mi ex, siempre me han dado tristeza o rabia. Pero ahora también entiendo que a lo mejor mi camino en esta vida no era por ahí y tenía que pasar por eso para poder llevarme a este momento ahora de autodescubrimiento. La verdad que no me imagino lo que estoy haciendo ahora, haberlo hecho como la persona que fui hace unos años.

Tras esa buena experiencia, pasó otra cosa buena: para la hora del té nos dieron un chocolate caliente. ¡Repetí tres veces! Tras eso tuve una buena meditación de noche y me fue satisfecho a la cama.
Sentí que si en ese momento se acabará este retiro, estaría orgulloso. Había dado un pequeño paso más en conocerme y en crecer como persona. Varias personas me dijeron que no tenía necesidad de pasarlo mal con este retiro por las condiciones que ofrecen. Pero me he dado cuenta últimamente que donde más me voy conociendo o creciendo como persona, es desde la incomodidad. Por eso quiero intentar de salir lo máximo posible de mi zona de confort. Sobre la zona de confort me acuerdo mucho de una conversación que tuve con mi ex. Le comenté que necesitaba salir de esa zona ya que notaba que durante muchos años había vivido siempre una vida fácil, segura y predecible. Su respuesta fue que no había necesidad ya que por eso se llamaba zona de CONFORT. Y esa respuesta me dejo con un mal sabor de boca. ¿Era yo el raro en sentir eso? Posiblemente estábamos en diferentes momentos de la vida.